¿Cuál es la psicología detrás de los gritos?

El Impacto del Grito en el Cerebro

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El acto de gritar, una expresión común de frustración, enojo o incluso alegría, posee un impacto mucho más profundo de lo que a menudo imaginamos. Desde la perspectiva de la neurociencia y la psicología, alzar la voz, especialmente de forma agresiva o como método de disciplina, desencadena una serie de respuestas biológicas y psicológicas con consecuencias significativas, particularmente en el cerebro en desarrollo de los niños.

Los estudios en neurociencias han revelado que los gritos no son solo ineficaces para modificar conductas en los niños, sino que pueden ser activamente perjudiciales. Se ha demostrado que la exposición constante a gritos y maltrato verbal puede alterar de forma permanente la estructura cerebral infantil, llevando a consecuencias a largo plazo tanto en la infancia como en la vida adulta.

¿Qué pasa en el cerebro con el enojo?
De acuerdo con el especialista el enojo libera noradrenalina (hormona que aumenta la presión arterial y el ritmo cardíaco) y dopamina, al mismo tiempo que glutamato y se da una disminución de los niveles de serotonina y vasopresina.Mar 15, 2023
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El Grito: Un Disparador de Alarma Cerebral

Cuando una persona, especialmente un niño, escucha un grito, se activan de inmediato las alertas innatas de peligro en el cerebro. Esta reacción primitiva está diseñada para la supervivencia. Fisiológicamente, el cuerpo responde de manera contundente:

  • El corazón se acelera.
  • Se segrega adrenalina.
  • Las pupilas se dilatan.
  • Se activa la hormona del estrés, el cortisol.

Esta respuesta de estrés pone al cerebro en modo de supervivencia, conocido como la respuesta de lucha o huida (fight or flight) o incluso paralización (freeze). Ante el peligro o la amenaza percibida del grito, la parte pensante y racional del cerebro (la corteza prefrontal) se desconecta temporalmente, dando dominio a las partes más antiguas e irracionales del cerebro, como la amígdala, que procesa las emociones, especialmente el miedo.

En este estado, los niños no pueden procesar instrucciones complejas ni pensar racionalmente sobre lo que se les pide. Su cerebro está enfocado únicamente en la supervivencia. Esto explica por qué, al gritarles, los niños a menudo no hacen lo que se les dice; simplemente reaccionan huyendo (retirándose física o mentalmente), luchando (volviéndose desafiantes o combativos) o paralizándose (quedando inmóviles o bloqueados).

Alteraciones Estructurales en el Cerebro Infantil

Un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard en 2015 destacó cómo los ambientes hostiles, marcados por gritos y maltrato verbal, afectan negativamente al cerebro infantil. Específicamente, se encontró que pueden provocar cambios en el cuerpo calloso, la estructura que conecta los dos hemisferios cerebrales. Estas alteraciones en el cuerpo calloso pueden tener repercusiones significativas:

  • Cambios en la personalidad.
  • Alteraciones en el estado de ánimo.
  • Dificultades en la atención.
  • Problemas con la estabilidad emocional.

La exposición crónica al cortisol, liberado en respuesta al estrés del grito, también afecta otras áreas cerebrales, influyendo negativamente en la formación de recuerdos y la regulación de las emociones. La amígdala, el centro neuronal del miedo, se activa intensamente ante la propiedad sonora particular del grito, lo que lo distingue de otros ruidos fuertes y explica su impacto emocional inmediato y profundo.

El Grito como Patrón Aprendido y su Efecto en la Comunicación Familiar

En un entorno donde gritar es habitual, el umbral de escucha de los niños puede cambiar. Pueden llegar a creer que solo se les presta atención o que algo es realmente importante cuando se les grita. Esto puede normalizar el grito dentro de la dinámica familiar, llevando a una comunicación basada en el volumen y la agresión en lugar del diálogo calmado.

Este ciclo de gritos perpetúa la ineficacia. En los niños pequeños, genera terror. En los mayores, puede percibirse como amenazas vacías si no van acompañadas de consecuencias claras y consistentes, lo que reduce aún más su efectividad como herramienta de modificación de la conducta. En lugar de promover el aprendizaje y la cooperación, el grito fomenta la reactividad basada en el miedo.

La alternativa más eficaz sugerida es la comunicación calmada y respetuosa. Agacharse a la altura del niño, mirarlo a los ojos y hablarle tranquilamente sobre expectativas y sentimientos es una estrategia que promueve una conexión más segura y un procesamiento cognitivo adecuado, permitiendo que el niño realmente escuche y comprenda.

La Psicología Detrás del Grito

Más allá de su impacto en quien lo recibe, gritar también revela aspectos psicológicos de quien grita. Desde la psicología, gritar a menudo se interpreta como una reacción impulsiva ante el estrés, la frustración o la acumulación de tensión. Puede ser una forma de buscar un alivio momentáneo, una válvula de escape para emociones intensas como la ira o el miedo extremo.

Las personas que tienden a gritar con frecuencia pueden compartir rasgos como la impulsividad, una baja tolerancia a la frustración o dificultades en la gestión emocional. El grito puede surgir de una sensación de falta de control o como una estrategia, aunque ineficaz, para imponerse ante los demás. También puede estar relacionado con una baja autoestima.

El entorno familiar de crianza juega un papel crucial. Si gritar fue una forma normalizada de expresión emocional en la infancia, es probable que se replique este patrón en la vida adulta. A veces, el grito puede incluso ser un intento inconsciente de ocultar miedo o sentimientos de inferioridad.

La Terapia del Grito: ¿Una Vía de Liberación?

Paradójicamente, mientras que gritar a otro es perjudicial, el acto de gritar en un contexto terapéutico o personal controlado ha sido explorado como una forma de liberar tensión y emociones reprimidas. La terapia del grito, también conocida como terapia primal, popularizada en la década de 1970 por el psicoterapeuta Arthur Janov, se basa en la idea de que la neurosis puede ser el resultado de traumas infantiles reprimidos.

Según esta teoría, expresar la ira, el dolor o la frustración acumulada a través de gritos espontáneos y desenfrenados puede ser una forma de liberar el dolor almacenado en el cerebro. Aunque controvertida y no universalmente aceptada como una cura definitiva, muchos profesionales de la salud mental reconocen que el acto controlado de gritar (por ejemplo, en un lugar aislado, en una almohada o durante el deporte) puede servir como un método de descarga emocional.

Neurológicamente, se sugiere que este tipo de descarga controlada puede activar secciones del cerebro que potencian la fortaleza psíquica y segregar hormonas como la serotonina y la endorfina, que contribuyen a la regulación emocional. Es una forma de permitir que la emoción se mueva a través del cuerpo en lugar de reprimirla, lo cual puede ser especialmente relevante para emociones a menudo consideradas tabú, como la ira.

Ejemplos recientes, como los grupos de mujeres que se reúnen para gritar juntas sus frustraciones, ilustran la búsqueda colectiva de esta forma de liberación emocional controlada, percibida como una vía para soltar la ira sin las inhibiciones impuestas por las normas sociales.

¿Es Tarde para Dejar de Gritar?

La buena noticia es que no es demasiado tarde para cambiar este patrón de comportamiento. Sin embargo, requiere esfuerzo y conciencia. Si un niño se ha acostumbrado a no prestar atención hasta que se le grita, ha sido entrenado en ese patrón. Cambiarlo implica ser consistente con formas de comunicación más efectivas desde el principio.

Dejar de gritar implica reemplazar esa herramienta por estrategias más saludables y efectivas. Esto a menudo comienza con un proceso reflexivo: preguntarse qué está aprendiendo el niño de nuestra reacción y qué queremos que aprenda en su lugar. Implica desarrollar la capacidad de gestionar las propias emociones, identificar los desencadenantes del grito y encontrar formas alternativas de liberar la frustración.

Gritar vs. Comunicación Calmada: Un Comparativo

AspectoGritarComunicación Calmada
Respuesta Cerebral InmediataActiva amígdala, respuesta de lucha/huida/parálisis, desconecta corteza prefrontalPermite procesamiento racional, fomenta la escucha
Efecto en Estructura Cerebral (Crónico)Puede alterar cuerpo calloso, impacta atención y emociónFomenta desarrollo cerebral saludable, bases para regulación emocional
Liberación de HormonasAumenta cortisol y adrenalina (estrés)Puede promover liberación de hormonas de bienestar (en interacción positiva)
Efecto en la Conducta InfantilIneficaz a largo plazo, genera miedo/desafío/parálisis, no promueve aprendizajeMás eficaz para modificar conducta, fomenta comprensión y cooperación
Aprendizaje del NiñoAprende a gritar, aprende que el grito es la señal de importanciaAprende regulación emocional, comunicación efectiva, escucha activa
Impacto en la RelaciónDaña la conexión, genera resentimiento, desconexión socialFortalece el vínculo, fomenta la confianza y el respeto
Sensación en Quien GritaAlivio momentáneo, vergüenza posterior, pérdida de autoridadControl, compostura, resolución efectiva de problemas

Preguntas Frecuentes sobre los Gritos y el Cerebro

¿Por qué gritamos cuando nos enfadamos?

Gritar al enfadarse suele ser una reacción impulsiva ante la frustración, el estrés o la sensación de falta de control. Puede ser un intento de liberar tensión o una estrategia aprendida del entorno. Activa el cerebro para la respuesta de lucha o huida, inhibiendo la parte racional.

¿Cómo afecta el grito al cerebro de un niño?

Los gritos activan la respuesta de estrés, liberando cortisol y adrenalina. Crónicamente, pueden alterar estructuras cerebrales como el cuerpo calloso, afectando la atención, el estado de ánimo y la estabilidad emocional. Desconectan la parte racional del cerebro, poniendo al niño en modo supervivencia (lucha, huida o parálisis).

¿Puede ser el grito una forma de terapia?

En contextos controlados, como la terapia del grito o la descarga personal (gritar en una almohada), el acto de gritar puede servir como una forma de liberar tensión y emociones reprimidas. Se sugiere que puede activar áreas cerebrales que promueven la fortaleza psíquica y la liberación de hormonas reguladoras del estado de ánimo. Sin embargo, es distinto de gritar a otra persona.

¿Es posible dejar de gritar a los niños (o a otras personas)?

Sí, es posible, pero requiere esfuerzo consciente. Implica identificar los propios desencadenantes, aprender técnicas de gestión emocional, practicar la comunicación calmada y ser consistente en el establecimiento de expectativas y consecuencias sin recurrir al grito.

¿Qué se libera en el cuerpo cuando gritamos?

Cuando gritamos, especialmente en respuesta al estrés o la ira, se liberan hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina, preparando al cuerpo para una respuesta de emergencia. En contextos de liberación emocional controlada, también se sugiere la liberación de serotonina y endorfinas, aunque el efecto predominante al gritar a otros es la activación del sistema de respuesta al peligro.

En conclusión, la ciencia es clara: los gritos, especialmente dirigidos a otros, tienen efectos perjudiciales en el cerebro y la psicología. Si bien el acto físico de gritar puede ser una herramienta de descarga en un contexto controlado, su uso habitual en la comunicación daña las relaciones y la estructura cerebral, especialmente en los más vulnerables. Optar por la calma y la comprensión no es solo una elección más amable, sino una estrategia respaldada por la neurociencia para fomentar un desarrollo saludable y relaciones positivas.

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Jesús Porta Etessam

Soy licenciado en Medicina y Cirugía y Doctor en Neurociencias por la Universidad Complutense de Madrid. Me formé como especialista en Neurología realizando la residencia en el Hospital 12 de Octubre bajo la dirección de Alberto Portera y Alfonso Vallejo, donde también ejercí como adjunto durante seis años y fui tutor de residentes. Durante mi formación, realicé una rotación electiva en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center.Posteriormente, fui Jefe de Sección en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid y actualmente soy jefe de servicio de Neurología en el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Tengo el honor de ser presidente de la Sociedad Española de Neurología, además de haber ocupado la vicepresidencia del Consejo Español del Cerebro y de ser Fellow de la European Academy of Neurology.A lo largo de mi trayectoria, he formado parte de la junta directiva de la Sociedad Española de Neurología como vocal de comunicación, relaciones internacionales, director de cultura y vicepresidente de relaciones institucionales. También dirigí la Fundación del Cerebro.Impulsé la creación del grupo de neurooftalmología de la SEN y he formado parte de las juntas de los grupos de cefalea y neurooftalmología. Además, he sido profesor de Neurología en la Universidad Complutense de Madrid durante más de 16 años.

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